Con la esperanza de prosperar y de labrarse un futuro para poder sacar a sus familias adelante, en plena época del franquismo, abandonaron sus vidas tal y como las conocían y sus pueblos. Su equipaje estaba compuesto básicamente por un puñado de grandes ilusiones y la voluntad de trabajar mucho y muy duro. Por lo demás llegaron, tal y como recuerdan hoy, prácticamente «con una mano delante y otra detrás». Cuarenta años han transcurrido desde que se iniciase el proyecto de colonización de Aguas Nuevas, creando así un nuevo núcleo de población que hoy no cesa de crecer. Aguas Nuevas junto con las poblaciones hellineras de Mingogil, Cañada de Agra y Nava de Campaña son tierra de colonos. Forman parte de los proyectos de colonización que se impulsaron durante la dictadura franquista con la finalidad de repoblar zonas rurales. Para ello se ofrecían tierras de cultivo, vivienda y aperos de labor a cambio de que los nuevos pobladores echaran raíces en cada zona.

 

Lugares hasta aquel momento de tierras de secano y prácticamente yermas que acabarían convertidas en superficie de regadío, en el marco de una transformación del mundo rural. Un proceso en el que pronto se comprobó que lo primero que se precisaban eran sistemas de producción más eficaces.

 

Orígenes

 

La Torre de la Iglesia

 

 

 

 

Corría el 19 de enero de 1961 cuando el Instituto Nacional de Colonización (INC) inauguró, a bombo y platillo, el alumbramiento de aguas de El Pasico, situado a 10 kilómetros de Albacete y cerca de El Salobral. Fue el primer paso para crear 1.500 hectáreas de regadío. Hasta el Nodo dio cuenta de la buena nueva. El éxito de la iniciativa fue tal que, poco después de la inauguración, el gobernador civil de la provincia anunció en la Comisión del Consejo Provincial del Movimiento, y tras una visita a Agricultura, la construcción de un poblado para futuros colonos así como la parcelación de las tierras que se beneficiarían de las aguas de El Pasico.

 

Retazos de historia

 

Comenzó así a gestarse lo que hoy es Aguas Nuevas. En la Comunidad de Regantes Príncipe de España unos retazos de la historia de la localidad recuerdan que tras el alumbramiento de las aguas se construyeron silos y almacenes, el propio poblado, pensado inicialmente para unos 250 colonos, así como una Escuela de Capacitación Agraria. Éstas últimas instalaciones eran muy necesarias ya que por aquel entonces el INC, y posteriormente el Iryda (Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario), 'tutelaba' a los colonos. Tutela que incluía, entre otras cuestiones, el aprendizaje de las técnicas de regadío y cultivo cuya instrucción se llevaba a cabo en la Escuela creada a tal fin. A la hora de levantar el nuevo poblado de colonización se siguieron los modelos arquitectónicos y urbanístico ya realizado en la localidad cacereña de Vegaviana y en la hellinera de Cañada de Agra, proyectos ambos de la denominada arquitectura modular firmados por el arquitecto José Luis Fernández del Amo, si bien el arquitecto de la locliadad fue Pedro Castañeda Cagigas, autor también de poblaciones como Llanos del Caudillo, Bazan o Cinco Casas en la vecina provincia de Ciudad Real.

 

Estatua en honor a San Isidro

 

 

Las solicitudes para convertirse en colonos, formando parte de la aventura de convertir una tierra antaño casi estéril en un nuevo municipio, las tramitaba el INC. Entre otras muchas cuestiones se priorizaba la cercanía, es decir los habitantes de localidades vecinas tenían prioridad.

 

A los nuevos pobladores el Instituto -explican algunos de aquellos primeros colonos- les dotó de una vivienda así como de una parcela de entre 8, 10 o 15 hectáreas, según la calidad del suelo. También se les entregó una vaca o un caballo, aperos de labor y algunos productos necesarios para cultivar.

 

Sin arrepentimientos

 

Jubilados la mayor parte de aquéllos primeros colonos, hoy reconstruyen la historia de aquellos años con cariño. Eso a pesar de que su relato está plagado de sinsabores y de no pocas dificultades, las que tuvieron que salvar en esos primeros tiempos en los que no tenían nada, excepto penurias y mucho trabajo por delante. Pese a todo no dudan ni un segundo, el esfuerzo mereció la pena.

 

Y es que la vida en Aguas Nuevas ahora es cómoda, fácil. Para comprobarlo basta pasear por sus anchas calles de casas de planta baja. Calles inundadas por un olor a pan recién hecho en el horno o desplazarse hasta el Ayuntamiento, donde conocen a cada vecino por su nombre y se interesan por su estado de salud según cruzan el umbral de la Consistorio.

 

Por eso cuando se les pregunta a estos colonos si alguna vez se arrepintieron de su decisión, de dejar su vida anterior y sus municipios para aventurarse en la creación de Aguas Nuevas, la respuesta es unánime. Ninguno de ellos lo hizo. No existió espacio para el arrepentimiento, solo para el trabajo y la ilusión de dibujar un porvenir mejor para sus familias.

 

Recuerdan que el proyecto inicialmente se dirigió a los vecinos de poblaciones cercanas, tales como El Salobral, Los Anguijes o Santa Ana. Pero al ver que no se cubrían las expectativas que tenían desde el Ministerio, pronto ofertaron la posibilidad de participar en el proyecto de colonización a los habitantes de municipios tales como Pozo Cañada, El Bonillo o El Ballestero, Alcaraz, Alcadozo, entre otros.

 

La Fuente cercana a la Iglesia

 

 

 

Una vez autorizada la solicitud para convertirse en colonos, estos asumían el compromiso de mantenerse, al menos, 10 años en Aguas Nuevas. Cumplida aquella década de permanencia, el Gobierno entregó las escrituras de las viviendas y de las parcelas a los colonos. Con las escrituras en la mano tenían que pagar la vivienda en un plazo de 30 años y la parcela en 20 años. Además debían hacer frente al pago anual de gastos generales.

 

«Aquí no dieron ni regalaron nada porque en ese tercer recibo que pagábamos entraba todo», insisten los colonos, subrayando un aspecto en el que inciden el resto. Y es que a nadie se le regaló ni una casa ni una explotación, aunque inicialmente sí se les facilitaron materiales o aperos cuyo pago se retrasó hasta al menos un año después.

 

De hecho incluso apuntan que el precio que pagaron por la parcela y la casa se situó por encima del coste habitual en aquel momento «se pagaron en torno a 900.000 pesetas de las de entonces por la vivienda y las tierras.

 

Ellos arriesgaron e hicieron viables sus explotaciones, no sin muchos sacrificios. Aunque hoy aún no son conscientes ellos, junto al resto de colonos, son los autores y los protagonistas del comienzo de la historia de Aguas Nuevas

 

La Casa Consistorial

 

 

Entidad local menor

 

El pasado mes de octubre de 2016 Aguas Nuevas celebró su cincuenta aniversario como pueblo. Cinco décadas de vida para una localidad que nació con grandes expectativas de crecimiento, hoy transformadas en realidad.

 

Y es que Aguas Nuevas cuenta a día de hoy con una población de 2.000 habitantes que el verano transforma en 2.150 o 2.170 vecinos, tal y como confirma su alcalde, Juan Cañadas Avivar. En el último lustro Aguas Nuevas ha visto como su padrón aumentaba en unas 170 personas, lo que da fe de que el que fuese pueblo de colonos tiene mucho futuro.

 

Juan Cañadas es hijo de colonos. De hecho fue el primer hijo de sus padres que nació en Aguas Nuevas ya. Recuerda que hubo gente, sobre todo valencianos que se sumaron al proyecto de colonización y que finalmente acabaron marchándose.

 

En los últimos cuarenta años en Aguas Nuevas se han dotado de costumbres, tradiciones, fiestas, patrón e incluso cuentan con una virgen adoptada de una localidad sevillana, con advocación muy acorde con el nombre del pueblo: de Aguas Santas.

 

                 Aguas Nuevas conserva un conjunto urbano singular: viviendas amplias de sillería encaladas con diversas dependencias agrícolas y ganaderas en convivencia con amplias zonas verdes. Dentro de su casco se pueden visitar la Iglesia parroquial con una admirable fachada de azulejería en blanco y azul y una espectacular torre-campanario visible desde cualquier punto de la llanura albaceteña y el edificio de usos administrativos con decoración cerámica blanca-azul, una estatua de San Isidro Labrador, una cruz de término, recientemente recuperada, diversas fuentes y abrevaderos en granito. Un pueblo distinto, joven y encantador.